A estas alturas de enero los juguetes que este año trajeron los Reyes Magos yacen, caídos en combate, con sus carcasas rotas y sus circuitos irremisiblemente averiados, en el vientre de los sofás o en la trinchera oscura y polvorienta de los bajos fondos de las camas. Así contribuyen los pequeños de la casa a mantener a punto la sala de máquinas del capitalismo. ¿Qué sería de los jugueteros si los niños no fuesen los clientes perfectos, destrozones y siempre ávidos de novedades?
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