sábado, 22 de febrero de 2014

Eternidad.

¿Qué es lo imperecedero en una persona? ¿Qué queda de ella cuando nos falta? ¿Nuestro recuerdo de ella? Pero la memoria es frágil y fabuladora. No es un testigo fiable, y sólo con su ayuda no se puede restituir la realidad íntegra de una persona. ¿La idea que nos hicimos de ella en vida? ¿El modo de ser único con que se nos mostró? Pero las ideas, aunque sean claras y distintas, pueden llegar a falsear la realidad no menos que la memoria, y necesitan cerebros que las cobijen. En ausencia de éstos, ¿qué puede quedar de las personas que fueron y ya no son? ¿El amor que les brindamos o el que ellas nos brindaron, quizá? ¿Y qué quedará de ese amor cuando la persona que nos amó ya no esté, o no estemos nosotros, que la amamos? Tal vez lo imperecedero en una persona, como en todo lo existente, no sea sino el instante, que puede ser eterno.

                                                              Jaume Plensa: Sho (2007)

miércoles, 19 de febrero de 2014

No seas un loser.

La página web de una popular radiofórmula está siendo publitada estos días con una cuña radiofónica de una estolidez tan epifánica como irreparable. Noto un ligero temblorcillo en los dedos al teclear el texto:

                        "No eres tu padre. Déjate de documentales. ¡No seas un loser!".

No hace falta tener el ojo visonario de un Benjamin para adivinar en este eslogan comercial el signo de nuestra época. Aunque el buen sentido, como ya advirtió Descartes, es la cosa más común del mundo porque todo el mundo cree andar sobrado de él, cuando se trataba de cubrir las vergüenzas culturales quien más y quien menos creía de buen tono, hasta no hace mucho, citar a algún filósofo o poeta más o menos renombrado o al menos, llegado el momento de ocupar las baldas del aparador del salón, no olvidaba hacerse con una bonita colección de libros de pega encuadernados en semipiel. Ahora ni eso. En nuestros días lo cool -como se dice ahora- es presumir de analfabeto.

                                         Walter Benjamin captando los signos de su época en el Berlín de los años 30.

sábado, 8 de febrero de 2014

Ropa.

Que la ropa nos vuelva opacos a los ojos de los demás puede ser una bendición. Los ojos, la boca, las mejillas o las manos pueden traicionar, y a menudo traicionan, lo que nos pasa por la cabeza y por el corazón. Al menos si vamos vestidos la alegría genesíaca y neumática que puede llegar a producirnos una mujer hermosa queda oculta a los ojos de la interesada. Al menos hasta que ella quiera...

                                                                         Xavier Valls: Nu au canapé, París, 1964

lunes, 3 de febrero de 2014

Sabatinos.

Ahora el sábado los periódicos vienen también con dominical. No el dominical del domingo, sino el suyo específico, que podriamos llamar, para evitar confusiones, el sabatino. Suele ser una revista teóricamente dirigida al sector femenino de su público con la que los editores buscar redondear sus ya muy menguados ingresos publicitarios. Digo que el sabatino suele ser una revista teóricamente femenina no porque así lo proclamen en sus portadas, que vaya si lo hacen, sino porque en mi casa el único que las lee soy yo. Mi señora prefiere las páginas del periódico y mi niña, bueno, mi niña tiene dos años y de momento es Pocoyó el que le tiene robado el corazón. Al principio este hecho me producía un poco de desazón. Lo natural sería que despiezado el periódico yo me quedase, en punto a suplementos, con el de motor; pero no. Después de reflexionar sobre esta aparente anomalía sociológica he llegado a la tranquilizadora conclusión de que no hay nada raro en que esas revistas supuestamente para chicas caigan indefectiblemente en mis manos. Casi es lo lógico. Trataré de explicarme.
Supongo que a una mujer los sabatinos, que incluyen siempre reportajes de temática general que muy bien podrían publicarse en un dominical, pero incurablemente abundan en los obligados y consabidos consejos sobre cocina, tendencias de moda y cremas faciales, pueden parecerles un poco tautológicos y triviales; quizá una mujer tenga fuentes más versadas y especializadas sobre las que informarse sobre esas materias. En cambio un hombre no. Para un hombre son una novedad absoluta. Si se topa en un sabatino, por ejemplo, con un artículo sobre la edad a partir de las cual las teóricas lectoras deberían empezar a preocuparse por las arrugas (y alguna encuesta ha señalado que las niñas lo hacen a partir de los 12 años) uno se aplica el cuento -se aplica el cuento aunque quizá nunca llegue a aplicarse la mascarilla de aloe vera que sugiere el artículo. Ese ya es otro cantar. Pero la semilla de la conciencia (y la zozobra) dermatológica queda implantada en el espíritu. Ya nada volverá a ser lo mismo. Y ya no digamos cuando los sabatinos entran en la terra ignota (al menos para un hombre) de los afectos y su buen manejo. Ahí su educación afectiva puede experimentar grandes progresos; progresos que, dicho sea de paso, le hubieran venido muy bien, ay, a los diecisiete años...
De donde hay que concluir que las revistas para chicas son cosa de hombres.